Cada vez que el Capi y yo volvemos caminando por el barrio
hablamos de cosas muy diversas. Yo me rio casi siempre y otras veces me pongo
seria.
Él suele regalarme algún caramelo ácido de los que le
gustan.
Yo lo acepto y lo guardo. No voy a ser tan boba de decirle
que en realidad no me van mucho los caramelos. Creo que sólo una vez me comí uno.
El resto va quedando en mis bolsillos, en las mesas, repartidos por el piso.
Y yo me imagino que si un día me animo y empiezo a
juntarlos, tal vez, con suerte, me mostrarán un camino por el que pueda volver.